He querido transcribir a continuación un artículo de Dulce María Sauri publicado el 19 jul. 2010 en el periódico Milenio. Porque el contenido está necesariamente en el futuro próximo de nuestro país y porque el criterio está expresado con sencillez e inteligencia, el escrito es meritorio. La autora sabe lo que dice y lo que predice.
“Las güeras y las prietas
¿Qué color de piel tendrá la primera presidenta de México? ¿Será prieta como Benito Juárez, o “morena clara” como se asume la mayoría de las mexicanas?
Casi me causó la misma sorpresa recibir la invitación para participar en la presentación de este libro que la que tuve hace seis años, cuando formé parte del primer coloquio sobre las güeras y las prietas.
El asombro proviene de dos circunstancias: una, la proeza de Marisa Belausteguigoitia, de su empeño y tenacidad para transformar los cuatro coloquios celebrados entre 2004 y 2007, en un libro que busca aportar una vertiente de análisis y discusión desde una perspectiva feminista; y lograr la editorial que lo publicara, incluyendo esta estupenda portada, que en el color del pelo y de los pezones de la robusta dama del collar de perlas, encarna el llamado a la reflexión sobre las diferencias entre las mujeres que provienen del color de nuestra piel.
La otra fuente de mi sorpresa tiene que ver con el tema en sí mismo. Raza y género son dos cuestiones que forman parte del núcleo "duro" de los valores y prejuicios, de la visión del mundo y de los obstáculos y oportunidades para forjar identidad y ejercer derechos. En medio de la violencia que azota muchas partes del país, de la sensación generalizada de desesperanza que se alimenta de la impunidad con la que mueren niñas y niños, jóvenes y adultos, la mayoría prietos como somos gran parte de los mexicanos, es difícil sustraer la atención y el interés para ocuparse de otros temas, incluyendo desde luego el más presente del género y el más distante e incómodo, el de la raza.
Ahora comparte mesa y palabras con tres güeras: Denise, María Teresa y Marisa, esta prieta -negra, dirían mis paisanos yucatecos-, para esbozar algunos comentarios.
Son 12 voces y plumas: la del marco teórico y de interpretación de las aportaciones de los cuatro coloquios; otras diez visiones de güeras, prietas y morenas claras y una muy especial, la que habla en poesía de la desigualdad y la distancia entre mujeres urbanas, de clase media y las indígenas, mayas para más señas, nacidas en los pequeños pueblos y caseríos del campo mexicano.
Este continuum entre sistema racista-sexista-clasista es develado por prietas y güeras. De las plumas de las chicanas surge el recuerdo del concepto decimonónico de "pureza de sangre"; del valor y la ventaja de saberse blanco; del menosprecio por la "raza mexicana". De sostener con convicción que "…el problema (del desgobierno) radicaba en lo más profundo de la sociedad mexicana: sus habitantes, razas "mixtas" en vez de "puras" y por lo tanto "degeneradas, indolentes, viciosas, ingobernables". Se hiciese cuanto se hiciese, esta deleznable materia prima condenaba a México a permanecer en la postración y la anarquía…"1
¡Cómo suenan hoy las palabras de un distinguidísimo liberal, que ante la guerra de castas que asolaba a Yucatán, diagnosticó que el único remedio era "…echar fuera de la península a todos los elementos de color, multiplicar en ella a los de raza blanca y tener el más grande cuidado de que los de esta raza en la línea divisoria sean exclusivamente españoles!…" 2
¡Ojalá pudiera decir que estas ideas de descalificación y discriminación de la mayoría pertenecen solamente al panteón de los historiadores! Aquí están presentes en este libro, de múltiples maneras: "pobrecita, es prietita", la raza "mexicana", las güeras rechazadas en su mexicanidad y secretamente envidiadas.
La genómica está revelando nuevos conocimientos sobre la composición racial de la población. El genoma de los mexicanos no es único: proviene de una mezcla de sangre europea, indígena, negra, asiática -principalmente china y coreana. Las proporciones cambian entre entidades federativas, unas con un mayor porcentaje de pueblos originarios, otras con más componente europeo, africano o asiático.
En el siglo XIX hubiera sido la genómica y el Instituto Nacional de Medicina Genómica fuente de descalificación. Ahora, sirven para prevenir y curar enfermedades.
Más allá, están todavía presentes los privilegios. Atemperados quizá; menos visibles u ocultos en la profundidad de los prejuicios y valores que norman nuestra conducta, pero que muchas veces no queremos confesar, ni siquiera ante nosotras mismas. Privilegio es nacer hombre, y no mujer.
Privilegio es vivir en la ciudad, no en un pueblo campesino.
Privilegio es ser mestiza, no indígena.
Privilegio es pertenecer a una familia rica, o al menos de clase media.
Privilegio es tener certidumbre y esperanza en el futuro, por la clase social de procedencia, por la calidad de la educación recibida, por el acceso a oportunidades de trabajo.
Las prietas pobres y las güeras pobres (que las hay, si no ver Los Altos de Jalisco) tienen distintas oportunidades. Las prietas, nacen y mueren pobres; las güeras, quién sabe.
La raza y el color de piel sólo le dan otro matiz a las desventajas y discriminación que padecen aun las mujeres como género.
En la esfera de la política y el ejercicio del poder se sintetiza en el "techo de cristal" que aun no se rompe, gigantesco himen político que mantiene protegida la esencia masculina del poder.
¿Qué color de piel tendrá la primera presidenta de México?
¿Será prieta como Benito Juárez, o "morena clara" como se asume la mayoría de las mexicanas?
¿Vendrá de la muy vapuleada izquierda, o de un PRI que se percibe triunfador, o del PAN, temeroso de perder el gobierno que habrá ocupado doce años?
En 1988, una güera, doña Rosario Ibarra de Piedra, desafió al mundo masculino y se postuló candidata a la presidencia de la república, la primera, por el PRT. En 1994, dos mujeres morenas claras fueron candidatas: por el PPS, Marcela Lombardo y por el PT, Cecilia Soto. Gracias al activismo de ésta, el PT tuvo su debut en la Cámara de Diputados, con 10 hombres.
El proceso de 2006 tuvo la singularidad de postular a una mujer con una agenda abiertamente definida hacia los derechos humanos, la igualdad de género y en contra de cualquier forma de discriminación. Patricia Mercado, morena clara, hizo una importante aportación.
Ninguna de las cuatro mujeres candidatas estuvo en posibilidades reales de ganar la presidencia de la república. Provenían de partidos pequeños, en busca de lograr o mantener su registro. Sin embargo, fueron luz que iluminó el camino y que permitió imaginar lo posible: una presidenta de México.
El desafío es para las tres grandes formaciones políticas de México: PRI, PAN, PRD-DIA. La sociedad reclama un cambio; una mujer candidata con posibilidades reales de triunfo lo significaría.
¿Tendría el PRI el arrojo y la convicción de cambio para atreverse, y arriesgar su capital político acumulado en la oposición postulando a una mujer?
¿Percibirá el PAN los focos amarillos y rojos que se encienden en su tablero político y que demandan una decisión de riesgo en su candidatura 2012? ¿Tendrá rostro de mujer?
¿Podrá la izquierda reencontrar a sus mujeres políticas, perdidas en el extravío del ejercicio del poder, y volver a ser una opción real de gobierno?
¿Surgiría un gran movimiento ciudadano con una mujer al frente para tomar por asalto electoral la presidencia de la república?
¿Quedaría atrás el tema de las "juanitas", de mujeres que ganan las elecciones para ceder luego las responsabilidades a un hombre?
¿Sería la primera presidenta de la república una mujer de lucha y trayectoria de causas, comprometida por voluntad y convicción con los cambios o sería producto de la sofisticada mercadotecnia publicitaria, la misma que arguye falta de responsabilidad en la calidad del producto político, una vez electo, aunque salga defectuoso, malo, incapaz?
¿Cuál sería la agenda política de una mujer presidenta?
¿La del candidato triunfador de las elecciones del 2000, que se agotó en ese mismo acto, considerando su misión cumplida al ser el primero en derrotar al PRI?
¿Se decidiría sólo a disfrutar de las mieles del poder, a ser la "abeja reina", en vez de comprometerse a poner las bases de un nuevo sistema político, con las dificultades y riesgos que implica?
¿Estaría una mujer presidenta en disposición de hacer frente a los poderes fácticos -llámense medios de comunicación, Iglesias, crimen organizado, corporaciones empresariales- para intentar reencauzar la vida institucional del país?
¿Qué haría una mujer presidenta de la república frente al fenómeno de la violencia y la inseguridad? ¿Ir a atacar sus raíces: falta de crecimiento económico, de oportunidades de empleo, de competencia y productividad, de opciones reales de movilidad social? ¿O seguiría apostando exclusivamente a la guerra, con el desgaste de las fuerzas armadas y riesgos que esto conlleva? Cuando Barack Obama ganó, contra todos los pronósticos, las elecciones presidenciales en los Estados Unidos, se expresó con un dejo de envidia, que eso estaría muy lejos de suceder en México. Algunos, manteniendo en el olvido interesado a Benito Juárez, dijeron que sería el equivalente a que nuestro país un indígena ganara la presidencia de la república.
Entiendo que más allá del color de la piel, de la mezcla racial y de sangre que representa Obama, el deseo que no se atreve a ser demanda es el de tener a alguien en quien creer, que aliente en los corazones una esperanza de cambio.
La esperanza ha sido consistentemente lastimada en México. La impunidad y la corrupción, la impotencia del gobierno frente a la violencia, su incapacidad para garantizar a la ciudadanía la indispensable seguridad de sus personas y sus bienes se han encargado de hacer prevalecer una especie de resignación silenciosa frente a los males sociales, rezando para que no nos afecten directamente: que no seamos asaltadas, secuestradas, vejadas, asesinadas, ni nosotras ni un miembro de nuestra familia.
¿Quién podría encarnar en México una esperanza, anidarla en los corazones, hacerla crecer y volverla acción? Creo que una mujer candidata a la presidencia por un partido, con opción real de triunfo en el 2012 podría hacerlo.
Para ese año simbólico -por lo de las profecías mayas del fin del mundo, principalmente- las tres grandes formaciones políticas tienen mujeres visibles, con plataforma política para dar viabilidad a una candidatura.
No estoy llamando a "inventar" candidatas con motivos estrictamente de mercadotecnia política, ante un "mercado electoral" escéptico y decepcionado. Estoy expresando un deseo, una exigencia como ciudadana de un país que siento cada vez más cansado, harto de esperar milagros y poco dispuesto a trabajar para que ocurran.
Una candidata a la presidencia de la república con opción de ganar levantaría el ánimo de mujeres y hombres. Así como Fox encarnó el deseo de cambio en el 2000, una mujer podría hacerlo en el 2012.
Quizá no exista la energía social capaz de imponerse a los partidos para hacer posible esta situación en el 2012. Sin embargo, no hay que cejar: una mujer presidenta encarna en México la capacidad de cambio. Prieta o güera, alta o bajita, con edad suficiente para tener experiencia y al mismo tiempo, arrojo. ¿Será?
* Leído en la presentación del libro Güeras y prietas
1 Eugenio Olavarría. Revista La América 1864. Citado por: Falcón, Romana, 1996. Las rasgaduras de la descolonización. Españoles y mexicanos a mediados del siglo XIX. México, El Colegio de México. pág. 46
2 José María Luis Mora. Respecto a la Guerra de Castas. Citado por: Romana Falcón. Op.cit. pág. 51”
Vale.
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