La expulsión de los sefardíes. Emilio Sala Francés, pintor español del siglo XIX.
Por Rodolfo Menéndez.
A mi amigo Eduardo Lliteras (el Moro de las Baleares).
A mi amigo Eduardo Lliteras (el Moro de las Baleares).
De como la ciencia trastoca el curso de una novela en ciernes.
Estoy escribiendo una novela que tal vez no termine nunca.
Es una historia de judios. Va más o menos así: Presumiblemente mi propia familia, hace poco más de 500 años. Estábamos siendo inamistosamente despedidos de la península Ibérica por Tomás de Torquemada. Órdenes de los Reyes Católicos, se nos había dicho. Había que irse o convertirse. Había que abandonar todo.
Es una historia de judios. Va más o menos así: Presumiblemente mi propia familia, hace poco más de 500 años. Estábamos siendo inamistosamente despedidos de la península Ibérica por Tomás de Torquemada. Órdenes de los Reyes Católicos, se nos había dicho. Había que irse o convertirse. Había que abandonar todo.
Teóricamente disponíamos de algún tiempo para "vender" el patrimonio familiar tan duramente forjado. Pero la presión aumentaba día a día. Los moros habían sido finalmente derrotados y supuestamente evacuados de los últimos territorios ocupados en los alrededores de Córdoba donde vivíamos. Habíamos perdido ya muy buenos y viejos amigos de entre la morería, que decidieron regresar al norte de África a lugares que ni siquiera conocían puesto que ellos, sus familias y aún sus antepasados, no habían salido de España en las últimas quince o veinte generaciones, al decir de algunos. Para ese entonces, recordémoslo, los musulmanes del norte de África llevaban viviendo en la península más de setecientos años.
Ahora, nosotros, sefardíes, es decir judios españoles, que históricamente habíamos llegado a Iberia desde el año 100 DC, provenientes del Medio Oriente, en calidad de esclavos de los romanos, y que con el tiempo habíamos logrado nuestra libertad, tendríamos que afrontar lo mismo. Otra vez ser parias. Una nueva diáspora. ¡Irnos! Abandonar todo, la raiz, el suelo, el patrimonio. Perderlo todo, mal vender lo material o regalárselo a los amigos del férreo inquisidor, Torquemada, a cambio de promesas de salvoconductos.
¡Ese miserable inquisidor que tanto odio nos tenía! Tal vez por ser uno de los nuestros, despechado, ofendido profundamente porque siempre lo habíamos despreciado por corrupto. Pero ahora él tenía el poder y el respaldo total de los Reyes que nunca como ahora se habían hinchado de arrogancia. Se habían olvidado ya de todo lo que habíamos hecho por ellos a lo largo de los años y exigían nuestro retiro para "purificar" su reino recientemente ampliado y para obsequiar el deseo, tambien, de quien los patrocinaba, el Estado Pontificio.
¡Condición humana! juzgaba el abuelo, Isaías, patriarca sabio de la familia, que no cesaba de lamentar la suerte que nos había deparado el destino. ¡Expulsados de nuestra propia patria! Bueno, decían algunos de los parientes más pragmáticos: "No tenemos que irnos. Podríamos convertirnos". Abandonar nuestra religión, o aparentar hacerlo. "¡Indigno!", decían otros. Y así, día a día, conforme se acercaban los plazos que nos habían dado se iba escindiendo la familia. ¡Y así se escindió la familia! Aquella mi gran familia que en un tiempo parecía unitaria en nuestras creencias, indivisible, solidaria.
Detengo ahí mi relato. Seguiré más tarde escribiendo mi novela que quizá no termine nunca. Mientras, recojo la noticia que nos trae un estudio de la "Sociedad Americana de Genética Humana", publicado apenas ayer en su revista, que arroja un dato interesante soportado por evidencia científica lograda mediante estudios genéticos practicados en una muestra poblacional representativa de la demografía española. Resulta, conforme a este estudio, que aproximadamente el 30% de los españoles (son poco más de 46 millones hoy en día), es decir, estadísticamente, cerca de 12 millones, tienen legado genético moro (ca. 10%) o sefardita (ca. 20%). El País diario español se hace eco de esta novedad científica y la reporta en su edición de hoy.
Para los personajes de mi novela ese dato resulta tan revelador como abrumador. Dramático ciertamente. Se estimaba que la comunidad de los nuestros, sefardíes, era al final del siglo XV, de unos 500 mil integrantes. Hoy, en España vivirían, conforme a los datos aportados por el estudio que se reporta, cerca de 9 millones "herederos" de aquella escición y descendientes hipotéticamente de los que decidieron quedarse y "convertirse" por las buenas o por las malas.
En la novela, la rama de mi familia que conduce a mí, salió dejando todo lo dejable y tomó el rumbo de las Américas. Subrepticiamente debo añadir, porque no teníamos derecho a ello y por tanto, poco después, también hubimos de fingir. De convertirnos. De amarranarnos.
Sin estos datos hoy publicados, los demógrafos han considerado que la población sefardita en el resto del mundo es de unos dos o tres millones de personas. Claro, no estamos incluidos -porque eso nadie lo sabe todavía- todos los que dejamos de ser judíos de religión, pero que no pudimos, ni podemos, desprendernos del legado genético, para asimilarnos mejor a las sociedades que nos recibieron. Y el número puede ser muy importante. Faltaría esa información, es cierto. Pero lo que para mi novela -sus personajes y su desarrollo- es evidente, es que muchísimos de los que se pensaba habían salido como los míos, pues no lo hicieron. Ahí se quedaron. Conversos o en el fingimiento, que los llevaría al cabo del tiempo y las generaciones que siguieron, a la conversión de todas maneras. Y también que hoy, quinientos años más tarde, unos y otros, los conversos tempranos y los tardíos, ya sin memoria del origen, son en su mayoría súbditos de Roma. ¿Que diría el abuelo Isaías? ¿Que le aconsejo que diga?
Ahora, nosotros, sefardíes, es decir judios españoles, que históricamente habíamos llegado a Iberia desde el año 100 DC, provenientes del Medio Oriente, en calidad de esclavos de los romanos, y que con el tiempo habíamos logrado nuestra libertad, tendríamos que afrontar lo mismo. Otra vez ser parias. Una nueva diáspora. ¡Irnos! Abandonar todo, la raiz, el suelo, el patrimonio. Perderlo todo, mal vender lo material o regalárselo a los amigos del férreo inquisidor, Torquemada, a cambio de promesas de salvoconductos.
¡Ese miserable inquisidor que tanto odio nos tenía! Tal vez por ser uno de los nuestros, despechado, ofendido profundamente porque siempre lo habíamos despreciado por corrupto. Pero ahora él tenía el poder y el respaldo total de los Reyes que nunca como ahora se habían hinchado de arrogancia. Se habían olvidado ya de todo lo que habíamos hecho por ellos a lo largo de los años y exigían nuestro retiro para "purificar" su reino recientemente ampliado y para obsequiar el deseo, tambien, de quien los patrocinaba, el Estado Pontificio.
¡Condición humana! juzgaba el abuelo, Isaías, patriarca sabio de la familia, que no cesaba de lamentar la suerte que nos había deparado el destino. ¡Expulsados de nuestra propia patria! Bueno, decían algunos de los parientes más pragmáticos: "No tenemos que irnos. Podríamos convertirnos". Abandonar nuestra religión, o aparentar hacerlo. "¡Indigno!", decían otros. Y así, día a día, conforme se acercaban los plazos que nos habían dado se iba escindiendo la familia. ¡Y así se escindió la familia! Aquella mi gran familia que en un tiempo parecía unitaria en nuestras creencias, indivisible, solidaria.
Detengo ahí mi relato. Seguiré más tarde escribiendo mi novela que quizá no termine nunca. Mientras, recojo la noticia que nos trae un estudio de la "Sociedad Americana de Genética Humana", publicado apenas ayer en su revista, que arroja un dato interesante soportado por evidencia científica lograda mediante estudios genéticos practicados en una muestra poblacional representativa de la demografía española. Resulta, conforme a este estudio, que aproximadamente el 30% de los españoles (son poco más de 46 millones hoy en día), es decir, estadísticamente, cerca de 12 millones, tienen legado genético moro (ca. 10%) o sefardita (ca. 20%). El País diario español se hace eco de esta novedad científica y la reporta en su edición de hoy.
Para los personajes de mi novela ese dato resulta tan revelador como abrumador. Dramático ciertamente. Se estimaba que la comunidad de los nuestros, sefardíes, era al final del siglo XV, de unos 500 mil integrantes. Hoy, en España vivirían, conforme a los datos aportados por el estudio que se reporta, cerca de 9 millones "herederos" de aquella escición y descendientes hipotéticamente de los que decidieron quedarse y "convertirse" por las buenas o por las malas.
En la novela, la rama de mi familia que conduce a mí, salió dejando todo lo dejable y tomó el rumbo de las Américas. Subrepticiamente debo añadir, porque no teníamos derecho a ello y por tanto, poco después, también hubimos de fingir. De convertirnos. De amarranarnos.
Sin estos datos hoy publicados, los demógrafos han considerado que la población sefardita en el resto del mundo es de unos dos o tres millones de personas. Claro, no estamos incluidos -porque eso nadie lo sabe todavía- todos los que dejamos de ser judíos de religión, pero que no pudimos, ni podemos, desprendernos del legado genético, para asimilarnos mejor a las sociedades que nos recibieron. Y el número puede ser muy importante. Faltaría esa información, es cierto. Pero lo que para mi novela -sus personajes y su desarrollo- es evidente, es que muchísimos de los que se pensaba habían salido como los míos, pues no lo hicieron. Ahí se quedaron. Conversos o en el fingimiento, que los llevaría al cabo del tiempo y las generaciones que siguieron, a la conversión de todas maneras. Y también que hoy, quinientos años más tarde, unos y otros, los conversos tempranos y los tardíos, ya sin memoria del origen, son en su mayoría súbditos de Roma. ¿Que diría el abuelo Isaías? ¿Que le aconsejo que diga?
se me hace una historia fascinante y tantisimo interesante. Admiro tu interés por tu origen inmediato. El abuelo diría poco, falto de memoria y de creencias al haberlas perdido en camino a Córdoba. Yo te diría que le aconsejaras que se aferre al manejo de su camello, q le tenga la cabeza al horizonte, q le digas q no intente descender y q si se tornará en turbión el rudo viento que alze el intento, q lo mantenga alto para q su trote fuese siempre un algo mas seguro
ResponderBorrarun beso viejo
yodigo
Gloria dixit:
ResponderBorrarEl tema sefaradita me apasiona y trato de entender por qué tanta gente de estas latitudes interroga al pasado para acabar de entenderse . Creo que los linajes que han sufrido fracturas culturales en su historia nunca dejan de buscar respuesta para descifrar su modo profundo de ser por dentro y por fuera. Eso sucede con muchos de nosotros que nos negamos a perder de vista las fuentes de donde provenimos. En mi caso, la razón recóndita de mis recorridos por el Medio Oriente ha sido la certeza de recobrar parte de mi identidad perdida. Enfín, lo que quería decirte es que perseveres en la escritura de tu libro que tendrá en mi una ávida lectora. Te digo también que tengo mucha literatura sobre el tema, por si la necesitas. Abrazotes, Gloria
me parece sumamente intersante el tema que has escogido, quizás porque al enterarme recientemente de los orígenes de mi familia paterna claramente judíos,he adquirido una obra de Isabel Turrent, La Aguja de Luz; no sé si es tu pretensión hacer algo similar.
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ResponderBorrarConozco el libro de Isabel Turrent. Me gustó mucho. Lo mío tiene un giro diferente. Somos muchos los que estamos en el caso.... y algunos no lo saben. Otros, lo niegan...
ResponderBorrarCreo entender tu posición. Recientemente, me enteré de mi genética judía, aún así eso no quiere decir que cambie de religión,; pero hay primos hermanos mios que comparten la misma herencia que se sienten incómodos, por llamarlo así, con esta situación y no quieren ni mencionarlo.El libro de Isabel Turrent supuestamente refleja lo que vivieron mis abuelos.
ResponderBorrarOjala te animes y sigas adelante, pero como dices, y yo misma lo siento, hay aún mucha gente que es perjuiciosa con respecto a ciertos orígenes y quizás no quieran sentirse involucrados en ellos.
Saludos:.
ResponderBorrarMi apellido es Guadarrama. y hace 6 anos comenzo el retorno a mis raices Sefardies, en lo cual he encontrado el mas grande placer, gozo,y felicidad, encontrandome conmigo mismo y con un pasado poco deseable por muchos. Gracias Al Todo poderoso y a las deciciones tomadas por mis antepasados en su momento hemos sido preservados. y aqui estoy ahora, con un gran significado en mi vida y un propocito en mi futuro. Saludos:.