La miopía de nuestra clase política
Rodolfo Menéndez y Menéndez
A nadie debería extrañar el panorama de desolación que presentan ciertos sectores de nuestra economía como el sector manufacturero y muy particularmente la industria de las maquiladoras. Más de 500 empresas de este tipo (12 en Yucatán, dice el reciente reportaje de Por Esto!) han cerrado en lo que va del año. El número de empleos perdidos en el país, sólo por este concepto, se acerca a los setecientos mil y la cifra seguramente crecerá durante el último cuatrimestre del 2002.
Hay muchos factores que influyen en este resultado, desastroso para muchas familias mexicanas. Desde luego la severa contracción de la economía de nuestros vecinos del norte desde temprano el año pasado, aún antes de los acontecimientos del 11 de septiembre cuyo primer aniversario ahora se cumple, ha influido de manera evidente en esta declinación de una industria que en su gran mayoría está destinada a exportar bienes hacia los Estados Unidos.
El ingreso de la China a la OMC (Organización Mundial del Comercio) y la vocación exportadora de esta nación, aprovechando las características de su mano de obra, ha generado un nuevo y colosal competidor para nuestros productos manufacturados. Esto ha tenido el efecto de quitarle a México parte de sus mercados en el exterior al mismo tiempo que nos ha restado atractivo como destino de inversiones foráneas, a pesar de las ventajas geográficas que tenemos con relación al mercado norteamericano.
Pero no solamente hay razones externas contra las que poco o nada puede México para defender su industria. Hay también causas endógenas que están contribuyendo a este deterioro. La verdad es que México ha perdido competitividad con respecto a otras naciones por “méritos” propios. No me refiero a nuestra revalorada moneda, al súper peso, que afecta negativamente nuestras posibilidades exportadoras y que ha contribuido a la pérdida de dinamismo de nuestras ventas en el extranjero. Soy de los que piensan que el crecimiento sustentable de nuestro comercio exterior no debe fundarse en el valor relativo de nuestra divisa con relación a las de nuestros socios comerciales.
No, lo grave del caso es que nuestro país ha ido perdiendo competitividad por su incapacidad para mejorar la productividad de nuestra industria. Esta productividad es la que nos permite mejorar el aprovechamiento de las inversiones y de la mano de obra empleada para fabricar los bienes que vendemos tanto adentro como afuera de nuestro territorio.
Más aún, en los últimos cinco años la industria mexicana no solamente ha sido incapaz de mejorar su productividad sino que la ha venido perdiendo restándole competitividad a nuestros productos y haciendo menos atractiva la inversión de capital. Al disminuir las tasas de ganancia al mismo ritmo que la productividad, la rentabilidad de las inversiones en nuestro país ha perdido atractivo para los inversionistas quienes simplemente buscan mejores oportunidades para sus recursos. Es la lógica del mercado.
Se me dirá que la industria maquiladora representa un capital efímero, “golondrino” le llaman despectivamente, que no es la vía más deseable para desarrollar nuestro potencial industrial, ni la más atractiva por cuanto a sus efectos multiplicadores en la economía del país. Esto es parcialmente cierto. Pero no hay duda que las empresas de este tipo aportan de manera inmediata un gran caudal de empleos que tonifican a la economía, que contribuyen a la estabilidad social y que son instrumento efectivo para distribuir riqueza. Del mismo modo las maquiladoras crean cultura industrial y son precursoras de empresas más desarrolladas y de mayor aporte al desarrollo económico.
El punto en cuestión es que este segmento industrial ahora aparece como uno de los grandes focos rojos de la economía nacional y atrae la atención hacia un aspecto crítico de nuestro presente: La incapacidad para generar empleos productivos y para avanzar en nuestro propósito de crear bienestar para más mexicanos.
Debemos preguntarnos si estamos haciendo lo necesario para resolver los problemas internos que nos vuelven improductivos, que nos restan competitividad, y que nos quitan atractivo para las inversiones, indispensables para crear los empleos que necesitamos. ¿Tenemos el sistema educativo para mejorar nuestras capacidades? ¿Está a nuestro alcance la tecnología que requerimos? ¿Contamos con la infraestructura que se requiere para apoyar y fomentar nuestras actividades económicas? ¿Tenemos el marco legal que favorece a la actividad productiva?
Me temo que la respuesta a estas interrogantes es en todos los casos negativa. Y me temo también que nuestros políticos no están contemplando estas prioridades nacionales en la medida en que deberían. Sería el momento para que juntos, el poder Ejecutivo y el Legislativo, actuaran en la dirección y con la celeridad conveniente para resolver estas grandes cuestiones nacionales. Mucho más importante esto que la disputa estéril, por razones partidistas, que estamos presenciando en torno a las reformas estructurales que el país reclama.
Tendríamos que centrar el debate en el interés de las grandes estrategias nacionales y no como parece que está ocurriendo, en torno a los apetitos mezquinos de los partidos políticos, con miras a los procesos electorales del 2003.
La transición democrática de México puede sufrir las consecuencias de esta lamentable miopía de los principales actores de la política nacional. Peor aún, el que sufrirá las consecuencias, como las que hoy ya se advierten deplorables en la industria maquiladora, será el pagano de siempre: el pueblo mexicano ¿Qué hacer para que los señores del poder reconsideren y miren mas allá del corto plazo electoral?
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