El próximo 11 de julio se cumplen once años de la partida de Juan Duch Gary, voz que caló hondo en la literatura de Yucatán. Vivía en Coatzacoalcos cuando lo sorprendió ese momento definitivo, no del todo adaptado pero con el buen humor que siempre lo caracterizó, al ambiente sulfuroso de las factorías petroleras y a las caminatas por el “malecón costero”, algo diferentes de las del Paseo de Montejo y mucho más lejanas de Los Campos Elíseos, en los que habrá alumbrado algunos versos cuando estudiaba su posgrado.
Juan contaba que además de ser el lugar de partida de Quetzalcóatl, Coatzacoalcos fue una vez para él una especie de Finisterra o fin del mundo, pues cuando estudiaba agronomía en Chapingo, el ferrocarril en el que regresaba de Mérida terminaba antes de llegar a esa ciudad y tenía que transbordar de cualquier manera una zona de colinas chiclosas y deslaves para continuar su viaje.
Por ello, cuando celebró por primera vez su cumpleaños en esos confines, hubo que felicitarlo así: “Pese a que pese el pesar /de la vida y sus desfalcos /te quiero felicitar /aunque estés en Coatzacoalcos”.
Lo recordamos con sus propias palabras, en el corazón de la amistad, resguardados con algo de ese tibio claustro del que habla en Fin de vuelo, poema escrito en francés y español en el que el poeta que Juan fue sobre todas las cosas trasciende suavemente los límites temporales:
Háganme bajo la arena de los mares,
un tibio claustro
para guardar los sueños
que en tardes de lluvia y de jazmines
me pueblan los cabellos y la frente.
Pongan junto al aceite
de alimentar la lámpara,
sobre el delicado fieltro
de recoger el polvo y los misterios,
una blanca porción de nube derribada
y un almidonado traje
con su largo bastón de caminante.
En un día de ráfaga y destello
regresaré de mi vuelo itinerante
y encontraré reunidos,
en mi amable reducto solitario,
los ingredientes de la fantasía
despiertos y agrupados.
Procuraré alentar su movimiento
sin ataduras de elipse planetaria,
con un soplo perpetuo.
Reduciré el camino de mis pasos
a la quietud admirable de los astros.
Y viviré la vida en algodones
sin piel, sin huesos y sin nervios.
Humberto RepettoJuan contaba que además de ser el lugar de partida de Quetzalcóatl, Coatzacoalcos fue una vez para él una especie de Finisterra o fin del mundo, pues cuando estudiaba agronomía en Chapingo, el ferrocarril en el que regresaba de Mérida terminaba antes de llegar a esa ciudad y tenía que transbordar de cualquier manera una zona de colinas chiclosas y deslaves para continuar su viaje.
Por ello, cuando celebró por primera vez su cumpleaños en esos confines, hubo que felicitarlo así: “Pese a que pese el pesar /de la vida y sus desfalcos /te quiero felicitar /aunque estés en Coatzacoalcos”.
Lo recordamos con sus propias palabras, en el corazón de la amistad, resguardados con algo de ese tibio claustro del que habla en Fin de vuelo, poema escrito en francés y español en el que el poeta que Juan fue sobre todas las cosas trasciende suavemente los límites temporales:
Háganme bajo la arena de los mares,
un tibio claustro
para guardar los sueños
que en tardes de lluvia y de jazmines
me pueblan los cabellos y la frente.
Pongan junto al aceite
de alimentar la lámpara,
sobre el delicado fieltro
de recoger el polvo y los misterios,
una blanca porción de nube derribada
y un almidonado traje
con su largo bastón de caminante.
En un día de ráfaga y destello
regresaré de mi vuelo itinerante
y encontraré reunidos,
en mi amable reducto solitario,
los ingredientes de la fantasía
despiertos y agrupados.
Procuraré alentar su movimiento
sin ataduras de elipse planetaria,
con un soplo perpetuo.
Reduciré el camino de mis pasos
a la quietud admirable de los astros.
Y viviré la vida en algodones
sin piel, sin huesos y sin nervios.
Escritor, Poeta, Perteneció al grupo literario Plateros.